¡No! Dánosla.
Nos gusta utilizar las telas que vamos encontrando. Aparecen en los mercadillos de ropa de segunda mano o en centros benéficos como Reto o Fida y Uff en Helsinki.
Los amigos saben de esta afición y nos regalan, a veces, verdaderas joyas: Antes de tirar, rosariar.
Nos gustan las historias que cuentan las telas. Las vidas que llevaron. Se sienten en la suavidad tras los múltiples lavados, en la facilidad al rasgado, en los agujeritos de la polilla, en los zurcidos, en los remiendos, en los bordados deshilachados, en los colores desvaídos, en las manchas inamovibles, en los estampados añejos, …
Trabajar con ellas es un placer. Reutilizarlas, darles otra oportunidad. Pero también trabajar con ellas presenta dificultades: con frecuencia son trozos no muy grandes que no permiten hacer cualquier cosa, eso imposibilita el trabajo en serie y, a veces, el estado de los tejidos obliga a reforzarlos.
En el caso de la bolsa portaordenador para Iria la tela apareció en casa de sus abuelos. Se trata de una loneta o gabardina muy suave azul marino. Era un buen trozo, unos tres metros por 1,40 ms. de ancho. Pero al abrirlo descubrí múltiples agujeritos que nos decían que a ciertas polillas también les había gustado esta tela. Se solucionó haciendo unas puntadas a modo de sashiko y de paso escribo la letra de su apellido: S.